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Críticas

Escribe: Lic. Cecilia Maguire
Prólogo de la muestra individual “Sin Fronteras”
Huellas – Galería de Arte – Junio de 2012

Sin fronteras, es la nueva propuesta de Graciela Dietl, cuyo eje principal desde donde plasma su obra será la temática del Árbol, éstos marcan presencia, y se van integrando suavemente al paisaje uniendo el cielo y la tierra, esta tierra que los alimenta.

El árbol, como una línea temporal de la historia se nos representa como un ícono, como una metáfora y como tal tiene un significado en la vida del hombre, se halla íntimamente relacionado con los bosques, con la protección, el cobijo, la leña y es proveedor de frutos, de los cuales podemos valernos para la vida. El árbol como elemento sagrado, el árbol como dador de vida, en ello la representación del árbol de la vida puede conferir la inmortalidad; el arte es sin duda una búsqueda de esa inmortalidad.

De esta manera, Graciela Dietl, nos ayuda a interpretar estas simbologías plasmando en sus obras la esencia de la vida, valiéndose de recursos técnicos, y logrando imágenes con gran dinamismo, a través del tratamiento del color logra una energía diferente, involucrando al espectador a bucear en cada imagen.

El trabajo de figura-fondo es enérgico y movilizante a la vez, donde los trazos enredados, ramas y follajes superpuestos van logrando paisajes de ensueño, de una latente narrativa, donde la artista expresa así sus estados emocionales y porque no aquellas historias que nunca serán contadas.

Escribe: Elba Pérez
Prólogo de la muestra individual “Un Viaje por el Bosque”
Bohnenkamp & Revale – Art Gallery – Abril de 2009

La imagen interior
La obra de Graciela Dietl supone confrontar, una vez más, la naturaleza última de la imagen visual. Habilitada en dos lenguajes, la literatura y la plástica, Dietl vuelca en la pintura –lenguaje de elocuencia silente- lo más íntimo de su imagen interior.

Los trasuntos de lo visivo le sirven de excusa, es su argucia para desentenderse de la falsa antinomia entre figuración y abstracción. El planteo se verifica en las sucesivas etapas de su obra, tanto en el vértigo aludido de las series de trenes o motocicletas, o de ciudades metafóricas sobrevoladas por fantasmales apariciones. Hoy la sugestión es vegetal, arbórea, paisajes supuestos agitados por la misma dinámica que atravesaba e impulsaba hasta el vértigo las imágenes de otrora.

Esta constante recurrencia a lo dinámico, a lo transitorio, nada debe al opticismo a ultranza del impresionismo ni a la apología mecanicista de Giuseppe Marinetti, Giacomo Balla y los cofrades del futurismo.

La pintura de Graciela Dietl no deriva del registro sensible de la pupila, ese realismo retiniano iniciado por Turner y asumido por los franceses, y menos aún del ideológico planteo de los italianos. Es pintora de raza, expresionista sin morbo ni connotaciones ajenas a la imagen interior.

Ella corresponde al grupo de los ápticos del que Vincent van Gogh es supremo ejemplo. En esta categoría los estímulos visuales y tectónicos se subordinan a imperativos innominables y personales, trazando mundos secretos, íntimos, aunque sostengan datos de lo exterior perceptible.

A tenor de lo antedicho cabe considerar, confirmando, las invariantes formales que desarrolla en su pintura. Con excusas o subterfugios la dinámica de la composición recurre a las formas curvas, casi sincopadas, que determinan secuencias dinámicas.

Ruedas o copas de follaje, tanto da, sincronizadas con verticales sabiamente utilizadas como líneas de fuerza. La sugestión de paisaje se pulveriza por la casi absoluta ausencia de línea de tierra o de horizonte. La pantalla plástica es un verdadero campo conceptual donde Graciela Dietl vuelca su paisaje interior.

En modo análogo las texturas y esgrafiados imprimen su carácter a la superficie del soporte. Dietl dispone de materias generosas, aptas para el registro pulsional que acompaña u opone a la gestualidad de la pincelada. Y no es menor el dato de la poca recurrencia a la espátula; preferir la ductilidad del pincel implica afrontar el reto entre la pulsión y el dominio de las emociones.

A esta tensión Georges Bracque se refería al aseverar que amaba la norma que corrige la emoción. Y ya se sabe que la norma, el canon, es la ley que se propone y gana cada artista a su modo y riesgo.

Dietl no se impone tiempos. Como en su pintura deja que obre la imagen interior.

Las monocopias que integran la muestra que hoy presenta dan cuenta de los buceos y hallazgos que la ocupan. En rigor habría que referirse a monotipias, como insiste Alfredo Blas Castagna en denominar a su propia obra gráfica. Sin propósito de múltiplo este lenguaje que precedió con riqueza y holgura al estallido vanguardista de inicios del siglo XX, mantiene intacta la confidencialidad, el riesgo y lanzamiento de aquello que se incuba en el inconsciente y pugna en llegar a la superficie sin perder el enigma original.

La madura seducción de la poética de Graciela Dietl demanda de quien las contempla un detenimiento análogo. La seria profundidad de su empeño merece compartirse con sosiego y seguro disfrute.

Escribe: Alberto G. Bellucci
Prólogo de la muestra individual “Crónicas de Viajes”
Bohnenkamp & Revale – Art Gallery – Junio de 2007

“Puede sonar presuntuoso que se pretenda relacionar el motociclismo con un afán cultural (…) sin embargo el motociclismo puede ser bastante más que alguna gente sumada al tráfico de todos los días o jugándose en una carrera, o haciendo una excursión de fin de semana. Una moto sirve para todo eso y para mucho más”. Así escribió hace unos años Juan von Martin -historiador y experto en ´motociclística´- sin imaginar entonces que ese vehículo podría servir también de inspiración temática para una artista, en este caso Graciela Dietl. Tampoco Graciela tuvo mucho tiempo para imaginarlo: todo fue culpa de la BSA 1948 de su hijo Rodolfo, que se le apareció rutilante, con su universo portátil de ejes y ruedas, tubos y engranajes que ella sintió inmediatamente como excusa ideal para dar rienda suelta a una nueva etapa de su febril creatividad.

Aunque las casualidades nunca son tales; más bien resultan causalidades. Sucedió con la hipotética manzana caída del árbol donde Newton descansaba y con la inmersión de Arquímedes en su bañadera de Siracusa. La ley de la gravedad y el principio de la equivalencia de los pesos y volúmenes estaban en las cabezas de sus enunciadores antes de que la manzana cayera o que el siciliano decidiera tomar un baño. Pero también es verdad que ciertos hechos imprevistos ofician de oportunos disparadores de aquello que ya estaba preparado para ser disparado. En el caso de Graciela Dietl no cabe duda que la motocicleta de Rolfi fue el detonador de todo lo que nuestra artista llevaba adentro y necesitaba comunicarse a sí misma y comunicar al mundo.

Ruedas que son círculos, barras que son líneas, engranajes que se enrriedan, humos que cubren y se esfuman, brillos de un blanco que hiere, chispas de un rojo que arde, rayos que convergen y divergen, ruidos convertidos en grafitti, tal es el proceso de transubstanciación de un artefacto concreto –obra de arte de la tecnología y el diseño- en obras de arte tout court. Luego de los frascos cubistas y los ángeles fantasmas, la audacia de las locomotoras volantes y las siluetas silenciosas (pero nunca quietas) de sus fragmentos de metrópolis, Graciela ha encontrado un cauce propicio para su exuberante necesidad de descargarse sin reservas sobre la tabula rasa de la tela. Sea en grandes tamaños –incluso dípticos de diversas proporciones- o en pequeñas cajas cuadradas, sea a través de propuestas más o menos figurativas, colores cálidos o fríos, pinceladas anchas y densas o intervenciones filiformes, la intensidad del trazo y del gesto es siempre la misma: desafiante, espontánea, decidida.

Así, su imaginario y su técnica podrán cambiar con el tiempo, pero la intensidad matérica y su vigor expresivo –que no dudo es ubicar como expresionista- se mantendrán intactos porque son estímulos consustanciales a su personalidad. Ya que si la actual aparición de circunferencias cromáticas trae recuerdos de las ruedas concéntricas de Delaunay o los tremendos engranajes dentados que manejaba Carlitos Chaplin en “Tiempos modernos” –tal como se aprecia, por ejemplo, en “El poder del viento”, “Sin parar” o en alguno de los dípticos- la verdadera substancia de Dietl sigue siendo afín al informalismo `desfigurativo´ de De Kooning, de Alechinsky y el grupo CoBrA. Podríamos calificar a estas motocicletas pintadas como ´paisajes de motores con almas de fuego´.

Y vuelvo a von Martin, citando líneas que no fueron escritas para el arte ni desde el arte, pero que se convierten en una descripción anticipatoria y muy a propósito para esta entrega artística de Graciela Dietl: “motociclismo sobre tierra, lleno de audacia visceral, de improvisación obligada, que lleva la existencia física más allá de los límites racionales, tallado a golpes de suerte y de infortunio, a todo o nada”. Y, por lo visto, sin límites de velocidad.